Vidas restauradas

La historia de Rubén

Nací y me crié en un pueblo de Ciudad Real. Nuestra familia era muy humilde y desestructurada por muchas situaciones, aunque nunca nos faltó de nada material.

Iba creciendo con muchas inseguridades y complejos que me atormentaban (vergüenza, miedo, etc.). En torno a los 13 años comencé mis andadas en el mundo de las drogas y delincuencia. Con el paso de los años llegué a ser un consumidor compulsivo de cocaína. Con tan solo 17 años ya tenía una adicción considerable, pero no pasaba nada, puesto que había dinero y salud. Todo lo podía maquillar y llevar esa doble vida. Dos años más tarde comenzó el verdadero infierno en mi vida.

Aún recuerdo con dolor aquellos años 2009 y 2010, fueron los peores de mi vida. Robé a toda mi familia el dinero y las joyas. Veía como a mi madre le estaba matando esta situación y acepté un programa ambulatorio para dejar la adicción pero de nada sirvió. Perdí los amigos, nadie confiaba en mí, y me vi en un pozo sin salida e intenté quitarme la vida. Gracias a Dios, Él tenía un plan para mí. Después de un tiempo viviendo en la furgoneta que le robé a mi padre, decidí volver a casa. Mi sorpresa fue que ya no había ayuda, estaban cansados. Fue entonces cuando decidí buscar un centro gratuito donde me pudieran ayudar a salir de ésto. Encontré Betel y no dudé, tampoco me quedaba mucha opción. Estaba en la calle, a punto de entrar en prisión, y me lancé.

El 7 de diciembre, fecha de mi cumpleaños, subí a un tren. Llevaba una maleta llena de ilusiones y expectativas, pero también llena de fracasos, miedos y mucha basura. Con 25 años llegué a Betel y desde el primer momento me enamoré de las cosas que hacían y de cómo me trataban. Por primera vez en mucho tiempo pude dormir sin miedo a que me asaltaran para quitarme la vida o robarme la droga.

Tuve varios deslices durante el programa, lo abandoné dos veces, pero volví y entregué mi vida al Señor. Le dije, “Señor si tú me ayudas a salir de ésto, yo te entrego mi vida”. Él me respondió. Fue restaurándome y devolviéndome todo lo que había perdido.
Más tarde conocí a una joven de la Iglesia. Nos casamos y hemos formado una preciosa familia. Ellos son el motor de mi vida, una ayuda e impulso para mí. Actualmente estamos sirviendo al Señor en una de las casas de acogida y expectantes por todo lo que Dios hará en nuestra vida.